Ahorita estoy en el vuelo de Seoul a Hong Kong. Los aviones de Korean Air son súper lindos, este tiene una sección de primera clase gigante y la de economía tiene nueve asientos por fila. En camino a mi asiento vi a mucha gente joven, abuelitos, y niños con sus familias. Después de sentarme, escuché al frente mío a la aeromoza coreana diciéndole a una pareja que tenían que mover su maleta de mano hacia otro compartimiento porque no cabía donde la pusieron. La pareja hablaba cantonés, y como se veían mayores que yo, pensé en ayudarles a mover su maleta. Usualmente no dudo en ayudar, pero hubo algo en esta situación que me hizo crear excusas para evitar interactuar con ellos— ¿Qué tan mayores son? ¿Será que no necesitan ayuda? ¿Me entenderán si les hablo en cantonés? ¿Será que resuelven la situación justo antes de que intervenga? Me quedé sentada y vi que el señor no tuvo problema en mover la maleta a otro compartimiento.
Estuve pensando en esta situación, y minutos después llegaron dos chicas de mi edad y se sentaron a mi costado. Estaban hablando cantonés, definitivamente de Hong Kong. Una de ellas notó que entre los dos asientos solo había una botella de agua, y le dijo a la otra que le pediría a la aeromoza una botella. Siempre viajo con mi tomatodo, entonces pensé en ofrecerle mi botella de agua. Estoy al costado de ellas y puedo entender casi todo lo que dicen. A pesar de esto, hay algo que me corta la lengua por lo cual no les he hablado, y tampoco pude ofrecer mi botella. Encontraron la segunda botella de agua debajo de la almohada, pero de nuevo siento el sinsabor de no poder conversar como lo haría usualmente en español.
Es como si tuviera una personalidad alterna cuando tengo que hablar cantonés. El cantonés es un idioma que aprendí en casa con mis papás y que practiqué aún más cuando hablaba con mis abuelos. Siendo la hermana menor y habiendo hablado este idioma solo con mi familia, creo que lo asocio con mi niña interior.
A los 6 años viajé con mi familia a Hong Kong en mis vacaciones de verano. Mi mamá tenía objetivo de que mis hermanos y yo mejoremos nuestro cantonés, ya que en nuestra casa en Lima terminábamos hablando principalmente en español. Mi mamá me inscribió a una clase para aprender a escribir cantonés en el colegio cerca del departamento de mis abuelos. En el primer día de clase parecía que la mayoría de niños ya se conocían entre ellos, éramos como 20. Me sentí un poco excluida pero estaba emocionada por aprender. Cuando empezó la clase, la profesora nos repartió hojas y nos pidió que escribiéramos nuestros nombres en chino para presentarnos a nuestros compañeros. Vi cómo todos los niños inmediatamente levantaron sus lápices y escribieron sus nombres sin dudarlo. Ahí fue cuando me di cuenta de que no sabía cómo escribir mi nombre en chino, así que levanté mi mano y le dije en voz alta a la profesora. Todo el salón se empezó a reir y hasta la profesora me juzgó “¿Cómo que no sabes cuál es tu propio nombre?”. Obviamente sabía cómo se pronunciaba mi nombre en cantonés, pero no tenía idea de cómo se escribía en caracteres. No regresé a la clase y mi mamá me cambió a una clase de manualidades.
Recuerdo lo mucho que me avergonzaba hablar cantonés cuando era niña, especialmente en el colegio donde mis amigos peruanos sólo hablaban español y un poco de inglés por las clases que teníamos. Cuando tenía 9 años, una profesora invitó a mi mamá para que le cuente a nuestra clase sobre la cultura china. Mis papás no habían estado muy involucrados en los eventos del colegio, así que fue la primera vez que muchos de mis compañeros conocieron a mi mamá. En la presentación, mi mamá le contó a la clase que yo también sabía hablar cantonés, y en frente de todos, me habló en ese idioma esperando que le conteste para que mis compañeros me escuchen hablarlo.
Me frustra pensar lo avergonzada que me sentí de mi propia mamá y del idioma con el que crecí. El querer ser igual que mis amigos y encajar conllevó a que no aprecie lo hermoso que es tener raíces chinas y saber comunicarme en este idioma. Por más que pueda entender conversaciones en cantonés, me arrepiento de no haberlo practicado más cuando pude. Hoy vivo con un sentimiento contrario al que tenía cuando era pequeña, el cual quiero aprender a superar— el avergonzamiento de no hablar fluidamente el cantonés.
Acabo de aterrizar a Hong Kong y siento que acabo de llegar a casa. Nunca he vivido en este país, pero hay algo sobre su gente y el escuchar a otros hablar cantonés que me tranquiliza y me hace sentir que estoy en ese mismo ambiente de cuando era niña y nuestra casa en Lima se llenaba los domingos de tíos y primos. Me sentaba en la mesa de niños pero escuchaba las conversaciones en cantonés en la mesa de grandes sobre negocios y dramas familiares. Es curioso cómo un idioma que me da un poco de nervios hablar, me trae paz a la misma vez.
Saliendo del avión le ayudé a un viejito asiático a bajar su maleta de mano. A las justas le hablé en inglés, de frente le ayudé a bajar su maleta y me agradeció agachando su cabeza. Siempre me ha llenado ayudar a otras personas y creo que esta interacción también fue una lección de que los idiomas nos ayudan a conectar con otras personas, pero hay maneras de hacerlo sin hablar.
¿Qué hay del mandarín? Como toda hija china que no creció en china, tomé clases de mandarín toda mi vida. Clases particulares junto a mis hermanos, clases individuales con la esposa de nuestro peluquero, clases en el instituto de idiomas Confucio, y hasta en la misma china. Ya me tocará escribir sobre mi experiencia de ser obligada a aprender mandarín a intentar constantemente aprenderlo y mejorarlo.